Opinión | 12 Diciembre 2019

FARMA CARTEL por ALICIA GARIAZZO

Luego de que Chile firmara el TLC con EEUU los precios de los medicamentos son 10 y 20 veces más caros que en el resto de América Latina. La batalla por la venta de medicamentos genéricos ha sido dura y la industria farmacéutica nacional – concentrada en tres o cuatro cadenas- lleva a cabo toda suerte de colusiones y esquemas siniestros para aumentar sus rentabilidades:  como vender medicamentos a crédito con altas tasas de interés e incluso ofrecer avances en efectivo para concretar la compra, y cuyo principal objetivo,  son los clientes adultos mayores.

En el acelerado proceso de concentración monopólica que vive el mundo sobresale la industria farmacéutica, que se ha transformado en un pequeño grupo de compañías que concentra un poder incalculable, actúa como cartel, presionando a Gobiernos y empresas, dando cuenta de una perversa estructura de negocio, el negocio de la salud.

La industria postergó a los más débiles -pese a que se autodefine guiada por una “responsabilidad social corporativa”- en favor de la salud de sus accionistas. Esta actitud es común a todas las empresas multinacionales por la crisis de rentabilidad que comenzaron a vivir en los años 80, pero en el caso de la industria farmacéutica, se intensifica por el vencimiento de patentes y el alto costo que debe enfrentar ante los juicios que pierde y enfrenta anualmente, sea por los efectos secundarios de sus medicamentos, sus prácticas monopólicas o sus errores médicos. Al mismo tiempo, sufre la crisis estructural de la industria, proveniente del descubrimiento del genoma humano que está cambiando totalmente la concepción de la medicina y, por tanto de la farmacéutica y que, en un plazo no muy lejano, significará que cada persona deberá usar un medicamento específico correspondiente a su genética individual. Esta situación ha estimulado las prácticas monopólicas de la industria, sus fusiones, la concertación de precios y la multiplicidad de experimentos, incluso en humanos, para patentar nuevas marcas o nuevas líneas de producción más modernas: como la semilla transgénica y otras. Es así que la fusión de Sanofi-Synthelabo con Aventis, los sitúa en el tercer lugar de la farmacéutica del mundo, después de la empresa norteamericana Pfizer y de la británica GlaxoSmithKline, ambas producto de previas fusiones, tendientes a dominar el mercado farmacológico.

Es de imaginar el poder de estas compañías y es aterrador saber que hemos depositado en sus manos nuestra salud, y, más aún, los chilenos, sin protección, ni información de las autoridades de salud y con una casi nula información de los grandes medios de comunicación nacionales. La GSK ya se había destacado públicamente, como otras multinacionales farmacéuticas, por sus experimentos en África y por su lucha por impedir la comercialización de alimentos genéricos en países africanos, especialmente aquéllos que combaten el SIDA, porque es dueña de las patentes de medicamentos anti SIDA en Sudáfrica como el AZT llamado Retrovir, el Lamivudine llamado 3TC y el AZT/Lamivudine llamado Combivir. Por ello, y sus acciones en materia de defensa de las patentes de sus medicamentos, ha sido llamada por sectores alternativos del Primer Mundo como GLOBAL SERIAL KILLERS (GSK).Luego de que Chile firmara el TLC con EEUU los precios de los medicamentos son 10 y 20 veces más caros que en el resto de América Latina, la batalla por la venta de medicamentos genéricos ha sido dura y la industria farmacéutica nacional concentrada en tres o cuatro cadenas lleva a cabo toda suerte de colusiones y esquemas siniestros para aumentar rentabilidades, como ofrecer medicamentos a crédito con altas tasas de interés. Incluso estas instituciones supuestamente preocupadas por nuestra salud ofrecen avances en efectivo, especialmente a los clientes de mayor edad. Verdaderas mafias multinacionales que nada tienen que envidiar a los carteles de la droga.

 

 

 

 

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