El capitalismo se ensaña con la familia chilena. Ha impuesto el abuso, la colusión y el engaño. Los políticos decentes no tienen el poder suficiente para modificar el sistema de injusticias que se ha impuesto en el país y la institucionalidad existente es muy frágil para doblegar a los inescrupulosos. La política tiene tareas pendientes.
Por Roberto Pizarro Hofer
El capitalismo chileno se caracteriza por los abusos, la usura y la colusión. Y los ciudadanos hemos sido complacientes con estas injusticias que afectan muy especialmente a los pobres y clase media.
Las AFP e ISAPRES abusan de sus afiliados. Las AFP ofrecen el cielo a los pensionados y los condenan a un infierno de jubilaciones miserables. Las ISAPRES desprecian a los ancianos y mujeres embarazadas; y, en sus contratos engañosos, siempre existe alguna trampa a la hora de pagar algún servicio médico (un examen que no está incluido, una enfermedad que no está cubierta).
El CAE condenó a los jóvenes universitarios de familias pobres y de clase media a una vida de inseguridades, con las inmensas deudas que deben pagar a la banca, gracias a la complicidad del Estado.
El gobierno de Boric ha intentado eliminar los abusos de las AFP e ISAPRES, con resultados incompletos. Ha podido moderar su agresividad, pero eliminar esos negocios ha sido imposible, gracias a la protección de la derecha política. En cuanto al CAE, se ha propuesto al menos una iniciativa de ley para eliminarlo y considerar un nuevo sistema para el financiamiento de la educación superior.
La usura se ha convertido en una realidad cotidiana
En efecto, las tarjetas de crédito de retailers y supermercados cobran tasas de interés usureras. En el ingreso de las grandes cadenas comerciales se encuentran una o dos bellas señoritas que intentan convencernos sobre los supuestos beneficios de esas tarjetas para que compremos a plazo en vez de al contado. Y vaya sorpresa, porque los precios para comprar a crédito son más bajos que al contado
Los ejecutivos de esas cadenas comerciales son felices (y seguramente reciben bonos) cuando el cliente se endeuda, porque en esos negocios las ventas de bienes o servicios son menos importantes que las ganancias que se obtienen con las altas tasas de interés. Es decir, las casas comerciales se han convertido en virtuales bancos, con el visto bueno de los gobiernos.
Por su parte, los bancos ofrecen un interés miserable por el dinero de los depósitos y, sin embargo, cobran elevadas tasas por los créditos al consumidor y al pequeño empresario. De allí provienen sus ganancias estratosféricas, mientras con el dinero de las AFP se financian generosamente, y a bajo costo, los grandes empresarios.
Los peajes de las carreteras concesionadas nos sorprenden todos los meses de enero con sus alzas de tarifas, bastante más allá del aumento de la inflación. La mala negociación de los gobiernos con las constructoras y su debilidad para renegociar injusticias estrangula a automovilistas de clase media y eleva los costos del tráfico camionero, con ineludible impacto en la inflación
Los servicios públicos como agua, electricidad y teléfonos siempre tienen alguna trampita. Sus tarifas son elevadas y la devolución de dineros es difícil o no existe cuando se corta la luz o el agua se envenena con las lluvias.
Las compañías telefónicas son el paradigma del abuso. No cumplen con los contratos, violan la privacidad de nuestros datos, entregándoselos a otras empresas. Sus operadores globalizados nos acosan, con llamados mañana, tarde y noche para ofrecer más servicios y según ellos mejores. Es la “externalización”. Todo es mentira. Se nos esquilma y se nos molesta sin piedad.
La colusión se impone en el país
En el capitalismo chileno los precios de los bienes de consumo no se rigen por el mercado, sino los fija la colusión empresarial. El libre mercado es una ficción. Son evidentes los casos de las farmacias, el papel higiénico, los pañales y los pollos. Pero, como la impunidad protege al empresariado, las colusiones seguirán inexorablemente.
El Estado es complaciente con los abusadores. El SERNAC, las superintendencias de los servicios públicos y bancos no sirven de mucho. Los directores del SERNAC van a los programas mañaneros de la televisión. Hablan con fuerza, casi gritando, y repiten insistentemente: hay que leer bien los contratos, hay que informarse, hay que saber elegir. O sea, le pasan la pelota a los consumidores, a la ciudadanía.
Las majaderas recomendaciones del SERNAC son inútiles, porque se sabe que el 75% de la población es analfabeta en asuntos financieros. A la señora de la población no le alcanza el dinero para lentes y no puede leer la letra chica; y, cuando se es pobre la única alternativa es comprar con tarjeta de crédito o sea con el principal instrumento de abuso al consumidor. Todos los directores del SERNAC han estado lejos de la realidad.
Cuando las personas afectadas por abusos reclaman, las instituciones que debieran defenderlas son lentas y burocráticas. El ciudadano, con tiempo escaso, al final se cansa y asume la pérdida. Incluso en las demandas por colusión, aunque paguen los estafadores, no se sabe bien cómo compensar a los afectados.
Finalmente, incluso la “libre expresión” se ha transformado en escenario de colusión, con los grandes conglomerados económicos que monopolizan la prensa, la radio y la televisión. La información concentrada es otra forma de abuso, porque en vez de ofrecernos una visión plural, propia de una sociedad diversa, se caracteriza por una defensa irrestricta de los fundamentos económicos y valores del sistema de injusticias.
El capitalismo se ensaña con la familia chilena. Ha impuesto el abuso, la colusión y el engaño. Los políticos decentes no tienen el poder suficiente para modificar el sistema de injusticias que se ha impuesto en el país y la institucionalidad existente es muy frágil para doblegar a los inescrupulosos. La política tiene tareas pendientes.